Todos anhelamos una transformación social. Esa transformación social pasa sin duda por la transformación personal. La transformación personal pasa por conocerse a uno mismo o cómo llegar a ser uno mismo
Soy lo que potencialmente puedo ser, o sea, algo incognoscible. Para acercarse a conocer algo desconocido lo primero que hay que tener es fe, o sea, la fe es el primer requisito previo para la transformación. La fe es una actitud hacia lo desconocido que permite acercarse a lo incognoscible para llegar a conocerlo.
Enfrentarse a lo desconocido no es fácil. De allí la ansiedad que surge como señal de emergencia a una alerta no identificable. Esa energía de la ansiedad se puede encauzar para convertirlo en un don. Sentirse atraído por lo desconocido que hay dentro de nosotros, es fe, y utilizar la energía de la ansiedad formulada como meta para conocerse, es valor. Fe, duda, ansiedad y valor son por lo tanto aspectos del proceso de transformación para desarrollar nuestras potencialidades.
Si no existiera incógnitas no se generarían dudas ni ansiedad, y sin dudas o ansiedad no haría falta fe ni valor.
Llegar a ser uno mismo es relacionarse con lo incognito de tal forma que poco a poco ese aspecto desconocido se vaya exteriorizando y manifestándose en acciones concretas y genuinas. Esa parte desconocida o incognoscible dentro de cada uno es la imagen de Dios ya que nos hizo a su imagen y semejanza.
Ese proceso tiene a su vez una contrapartida social. La imagen de Dios es al individuo lo que el Reino de Dios en la tierra es a la sociedad humana.
Ocurrió en la presentación de la película “Luces de la Ciudad” (1931). El cómico invitó a Einstein al estreno. Aparentemente, en el transcurso de la conversación, el físico elogió al cómico de la siguiente manera: – Lo que he admirado siempre de usted es que su arte es universal; todo el mundo le comprende y le admira. A lo que Chaplin respondió: – Lo suyo es mucho más digno de respeto; todo el mundo le admira y prácticamente nadie le comprende… Charles Chaplin y Albert Einstein, en 1931
Un año ya de pandemia y hoy fui al teatro. Con mascarilla, normas de distanciamiento, miradas de desconfianza, sin abrazos, con la mitad del aforo del teatro, un aire de tristeza generalizada,… vamos, que preguntándome si no hubiera sido mejor no salir de mi casa. Pero bueno. Por otra parte mi alma necesita inspiración, agua fresca, calor de mi entorno, sentir algo de oxígeno,… Así que ¡vamos a ello!
Dos actorazos, muchos ensayos, mucha formación, una muy buena técnica, un texto escrito con mucho seso y bien enlazado, una escenografía sencilla (una mesa, dos sillas, dos vasos de agua y una botella), el resto, diseño de luces de fondo, focos puntuales haciendo una sombre perfecta de siluetas de personajes, un ritmo muy bien estructurado de silencios, de tensión dramática, movimientos en el espacio meticulosamente dibujados, vestuario sencillo e indeterminado, a consciencia,… recursos de técnicos de escena, director, vestuario, programador del teatro, utileros, taquilleras, acomodadores, venta de entradas por internet, sistema de reserva de butacas, tarjetas de crédito funcionando, tiempo de comprarlas, desplazarse hasta una sala de teatro, y todo esto… ¿para qué?
Para qué este té de las cinco sentados en medio de un campo mientras pasa un tsunami. Vale que no duelan los muertos de Siria, ni de Honduras, ni los incendios de los bosques de Amazonas, ni los niños esclavos de Uganda, porque están lejos de casa, pero que ni siquiera una pandemia sufrida en propia piel cuestione este castillo de hipocresía y escaparate del mundo… DUELE y MUCHO.
Es el orangután de Mowgli intentando sostener la piedra mientras se está cayendo todo un imperio.
«Seamos peces por si encontramos una perla al sumergirnos a las profundidades doradas de Tahirih. Hemos perdido el camino y estamos a oscuras donde está la luz que ilumine el camino a Tahirih.» Poema de Manuchehr Hejazi
Este poema de mi padre me ha encendido la luz.
Hoy empieza mi camino de búsqueda y de comprensión de su persona.
Un cuento que abre paso a un encuentro.
Esa brisa que procede de muy dentro y busca florecer.
No es el resultado sino el proceso lo que anima, da vida.
Esta cultura del enfrentamiento en la que estamos inmersos se está transformando hacia una cultura de mutualismo.
La
humanidad no es agresiva y competitiva por naturaleza, esta competición
la hemos establecido nosotros así que puede transformarse. El mundo en
esta etapa lo que más precisa es de cooperación y mutualismo. Somos un
organismo funcional con conexiones e interrelaciones dentro del sistema
así que atacándonos los unos a los otros, solo conseguimos destruirnos.
Cooperando no somos solo una suma de fuerzas sino que podemos crear unas
situaciones inimaginables.
Aunque la cultura defendida e impuesta por el neo-liberalismo occidental se sostiene en el antagonismo, cada vez hay más movimientos que defienden el mutualismo y todos ellos coinciden en llevar a cabo un análisis holístico y sistémico. El feminismo que defiende la cooperación como su característica frente al carácter masculino de competitividad, la ciencia de la ecología y el activismo medioambiental que en su discurso incluye la paz, la ecología social, soluciones globales a los retos de hoy, las incipientes teorías de la comunicación que tratan de la retórica invitatoria o la feminización retórica, una defensa del diálogo y deliberación (acuerdos integradoras) en lugar de tanto debate de oposición, cada vez más en uso está la figura del mediador como fórmula de resolución alternativa de disputas para no colapsar la vía judicial.
Parece que ya es aceptado por parte de muchos teóricos que las relaciones antagónicas representan un anacronismo histórico en nuestras sociedades. El militarismo, el nacionalismo, el sectarismo, el racismo, materialismo competitivo, así como otras expresiones de disfunción social, son el resultado de no haberse adaptado a unas condiciones históricas cambiantes. Y si estas relaciones antagónicas o competitivos (cualidad masculina) son contrarias al momento actual, ¿cómo podemos cambiar a una cultura de reciprocidad y cooperación (cualidad femenina)? Muchos están convencidos de que la transición a una sociedad más funcional se está produciendo como cualquier sistema evolutivo con un proceso no lineal y caótico. CAÓTICO!
Según Lazlo, los sistemas sociales como cualquier otro sistema dinámico complejo tienen
unos claros límites superiores de estabilidad, que una vez alcanzados o
rebosados, producen el colapso de su estructura interna. El caos
sustituye al orden, si bien esto no significa aleatoriedad o ausencia
total de normas. En muchos casos (aunque no necesariamente en todos) el
caos se convierte en la parada obligada antes de llegar a una nueva
forma de orden que surge de un rápido cambio de fase llamado
“bifurcación”. La nueva variedad de orden suele estar mejor adaptada que
la anterior al entorno en el que se desenvuelve el sistema. […] Las
posibilidades evolutivas se activan si, y sólo si, trascendemos
de nuestras limitaciones interiores, esas que nos encadenan al mundo
actual, marcado por sus formas obsoletas de pensar y de actuar.
Llegué a la casa de Lev Tolstoi de manera algo casual. Yasnaia Poliana es un pueblo al sur de Moscú en pleno campo donde está la residencia de la familia Tolstoi y que ahora puede ser visitado. Tienes que tener voluntad y verdadero deseo de llegar hasta aquí, así que queda fuera el consumidor de turismo, llegando hasta aquí solo los admiradores del escritor y pensador que tanto nos legó. Allí descubrí, también de casualidad, un artículo suyo no divulgado, «El cómo y el porqué del vivir». Solo el título ya despertó mi interés así que pedí a Víctor Andresco que lo tradujera al castellano. Víctor me regaló la traducción al español por amor. Me quedé tan prendada con el contenido de ese artículo y con el espirítu de la casa donde habitó, que tengo el sueño de llevarlo a la gran pantalla.
LEV TOLSTOI DEL CÓMO Y EL POR QUÉ DEL VIVIR (6 de octubre de 1905) Traducción del ruso de Víctor Andresco
Los niños pequeños no piensan cómo y para qué viven y hasta los 2, 3 o 4 años viven como fierecillas: comen, juegan, estiran sus extremidades y sólo de vez en cuando se revela en ellos la luz de la razón y del amor. Hay personas que hasta los 12, 14, 20, incluso hasta los 40 años, viven como seres irracionales, entregándose a las pasiones y distinguiéndose de los animales únicamente por razonamientos intelectuales sobre cuestiones evidentes, pero ignorando cuál es el sentido de su vida y sin plantearse ninguna pregunta sobre el mismo.
Si se dan en estas personas minutos o hasta horas de lucidez durante los momentos en que se cuestionan el sentido de la vida, se miran a sí mismas y se preguntan: qué es la vida y para qué viven del modo en que lo hacen, al no encontrar respuestas claras para estas preguntas, lo que sucede es que esos minutos y esas horas pasan sin dejar rastro y esas personas siguen viviendo más y más tiempo y cuando, ya en la vejez, se vuelven a hacer las mismas preguntas, están tan acostumbradas a vivir de la manera en que han vivido y viven y están tan acostumbradas a justificar sus absurdas vidas, como hace la mayoría de la gente, que no sólo continúan viviendo de esa manera ignominiosa sino que alejan de sí para siempre cualquier respuesta relacionada con el cómo y el porqué de la existencia que da para todo la religión, verdadera e igual para todos.
Además de que viviendo de manera necia esta gente se priva a sí misma de la verdad y la claridad espiritual que ilumina el alma humana en la fase más evolucionada de la vida, sobre todo en la madurez y en la senectud acostumbran a dirigir la opinión de los demás gracias a su edad y posición social y con progresiva intensidad condicionan el modo de pensar de la siguiente generación hacia una percepción irracional de la condición humana impropia del ser humano.
Una vida impropia de las personas se traduce entre la gente en un sufrimiento cada vez más grande.
Por eso es especialmente importante que se den a conocer las explicaciones más racionales y por ello más comprensibles sobre el sentido de la vida y las orientaciones que de ellas se desprenden, divulgándose entre la gente, los niños y la gran mayoría de personas que no toman decisiones y se supeditan a las explicaciones comúnmente aceptadas acerca del sentido de la existencia y de las orientaciones que de él se desprenden.
¿En qué consiste, pues, esa mejor explicación sobre el sentido de la vida y su consecuente orientación y dónde podemos hallarla?
Esta explicación reside en la interpretación religiosa de la existencia que se manifiesta tanto en las antiguas religiones de los hombres como en las aclaraciones (especialmente las depuraciones) de esas religiones que han sido formuladas y se siguen formulando hasta nuestros días por aquellos religiosos, es decir aquellas personas que tienen la facultad de ver y comprender el sentido de la vida no como personas o por su relación con un tiempo o un lugar concretos, sino desde la perspectiva de la eternidad y de su significado universal.
La vida de un individuo no es nada más que su acercamiento a la muerte, a la liberación de su cuerpo, su esencia espiritual es una progresiva liberación de su naturaleza espiritual. En la muerte completa su sentido. En vida se va perfeccionando. Por eso cuanto más avanza la vida de un individuo y más se esfuerza, más se libera su esencia espiritual y entiende con mayor claridad la esencia de la vida.
Y
lo mismo sucede con la vida de toda la humanidad.
Normalmente la sabiduría de los ancianos se inscribe en la antigüedad, es decir en los tiempos de los que nos separa el pasado, y en las expresiones religiosas de la antigüedad. Pero eso no es correcto. Del mismo modo en que un individuo adquiere sabiduría de forma progresiva a medida que se aleja de las pasiones, lo mismo sucede con el conjunto de la humanidad. La humanidad no alcanza su grado más avanzado de sabiduría hace miles de años sino ahora, en este preciso instante.
Todas las interpretaciones religiosas, es decir las explicaciones sobre el sentido y la orientación de la vida, cobran su pleno sentido no en los tiempos de los apóstoles sino ahora, entre nosotros. Está en los escritos de Rousseau, Kant, Channing, en las enseñanzas de los neobudistas, neobrahmanistas, babíes y en los cientos y miles de personas que entienden y divulgan las enseñanzas religiosas de la antigüedad: Confucio, Buda, Isaías, Epícteto, Cristo.
Esta es la depurada sabiduría de la antigüedad y debe darle a los hombres respuestas racionales a las cuestiones sobre el sentido de la vida y la mejor manera de orientarla, esa que le resulta imprescindible a la humanidad no sólo para poder disfrutar del bien más preciado en este momento de su desarrollo sino para avanzar por el camino que le ha sido trazado.
Hablamos el mismo idioma pero a veces no nos entendemos. Y es que hay muchos lenguajes dentro de un mismo idioma. Y muchos momentos dentro de una misma persona. No es lo mismo cuando hablo con el panadero que cuando hablo con mi hijo. A los dos les hablo en español pero las mismas palabras tienen matices distintos, matices que se han ido configurando sobre la experiencia compartida con cada uno de ellos. Yo/panadero. Yo/mi hijo. También mi lenguaje se ha ido configurando según mis propias experiencias de vida, adquiriendo cada palabra, cada idea, un matiz determinado.
Podemos entendernos siempre cuando se trata de expresar ideas básicas, cotidianas o superficiales. Cuando se trata de ideas algo más abstractas o complejas, es donde surgen discrepancias. Estas discrepancias si se debaten en el intelecto, pueden resolverse con la lógica. En occidente este lenguaje intelectual se ha desarrollado mucho en este último siglo ya que va de la mano de los avances científicos. Pero hay otros aspectos del ser humano y por tanto otros lenguajes: el lenguaje emocional, el sentimental, el espiritual,… Para cada aspecto del ser, el lenguaje adquiere matices diferentes. Así con la poesía expresamos sentimientos elevados o pensamientos complejos en envase de esencia. Con el intelectual escribimos las prescripciones de los medicamentos con precisión. Y hay un lenguaje místico para expresar la búsqueda de la divinidad o la unidad o el camino. Cada uno tiene sus matices y cuánto más los manejemos, mejor entendemos sus recovecos. Mejor nos entendemos.
Y por encima de todo está lo que tu me has enseñado. El amor es el bálsamo que suaviza las aristas. Es el amor lo que propicia comprender en el otro. Solo con el amor escucho nuevos matices que yo no he visto y tu sí. Es el amor que convierte la confusión en nitidez.
Esta mañana he asistido a una charla de Miguel Sanz sobre los nuevos medios de publicidad del momento. Muchos temas interesantes y como siempre, la nueva tecnología, esa del móvil, el control absoluto de cada uno de los seres humanos utilizado para vender mejor y más eficazmente. Saben lo que necesitamos y ofrecen exactamente eso. La tecnología avanza a velocidades de vértigo. Todos muy asustados por el control al que nos someten las grandes corporaciones y el poder.
Me fui andando a casa digiriendo y reflexionando. Y se me quitó el miedo cuando pensé en todas esas herramientas maravillosas que las grandes corporaciones están descubriendo para que nosotros. Si para nosotros, para que podamos unirnos y construir un mundo más justo y más inclusivo. El impulso del momento está empañado por la intención de mejorar los resultados económicos o el poder del control, pero eso no corresponde a la naturaleza de la red, así que de seguro solo están abriendo el camino a un futuro más brillante.
En la presentación Roger Hernández terminaba hablando de cómo la inteligencia artificial sólo no es capaz de tener la experiencia personal de cada uno. Así es. Mientras ahora escribo este primer artículo, escucho a las cuatro mujeres que forman el cuarteto Magara ensayando sus canciones. Sus voces, sus instrumentos, los armónicos que revolotean en el espacio de la solana, su alma,… es insustituible. Toda esa tecnología se está alineando para permitirnos a todos -y digoTODOS- vivir disfrutando, comprendiendo, avanzando en lo que es real: un mundo de amor, unidad, compañerismo, apoyo mutuo.
Borbotón de ideas que me llevan a decidirme a reflexionar en alto. Acto necesario para reconfirmar el buen camino de los esfuerzos.